17.9.13

[29] Autoedición, ese otro modelo de mercado

 
De un tiempo a esta parte, la autoedición se ha ido confirmando como un movimiento editorial (y una elección) capaz de reordenar los presupuestos tradicionales sobre creación, edición, distribución y venta de las obras, por lo menos, según el modelo principal de negocio hasta ahora. En este sentido, con la autoedición estaría pasando lo mismo que en otros espacios de creación contemporánea, donde lo que un día comenzó revisándose como una pose, un divertimento juvenil o un gesto alternativo, hoy estaría cobrando valor en sí mismo, quizá por formar parte de un fenómeno sociológico que ya no tiene tanto de tendencia. Me refiero a la cultura del uso, basada en unas nociones modernizadas de autogestión y artesanía, donde la recuperación de los modelos tradicionales permite a su vez recuperar lo literario a través de su propio tiempo. Es decir, sin competir con los avances de la tecnología, que suman y se complementan a favor. 
Es posible, por tanto, que en la base de todo ello esté la necesidad de generar un espacio de visibilidad y discusión para un modo diferente de entender la creación y el proceso de acceso a la propia obra. Porque lo interesante ahora no es tanto que exista esta posibilidad (en esencia, una alternativa; siempre ha habido y habrá autoedición), sino el hecho de que se vuelva más visible y pueda llevarse a cabo en mejores condiciones. Y esto, hasta el punto de que es a través de sus distintas soluciones, las propias prácticas, como se pueden pensar hoy las posibles formas de regeneración de un modelo de mercado, ahora mismo entre las cuerdas. 
No parece, entonces, que sea un mal momento para la autoedición, aunque aún convenga superar ciertos clichés, que por repetición han limitado la adquisición de un criterio transversal y poliédrico de  este fenómeno. Me refiero al vanity publishing, pero también a la idea de la autoedición como la última opción a la hora de darle salida a una obra, porque habría otras versiones, más interesantes, como son las de los autores (consagrados y no) que optan por esta fórmula conscientemente, también atraídos por su descarga estética. En estos casos, lejos de ser un lastre para las prácticas, la autoedición se convierte en valor en alza, en un aspecto que puede dotar de coherencia a las prácticas, al tiempo que permite un desarrollo de las mismas al margen de las expectativas de mercado. Dicho de otra forma, la autoedición se traduce en independencia y libertad creativa y, por tanto, en sello de identidad: esa singularidad que en ocasiones logra hacer de lo interesante otra forma de calidad. 
Ahora bien, por sí misma la autoedición no parece ofrecer más garantías (tampoco menos) que un sello editorial al uso, pero sí permite, en cambio, una experiencia más orgánica de la escritura (especialmente, en papel y derivados), que aporta así a los textos no sólo textualidad, sino textura. Quizá por eso resulta complicado delimitar la naturaleza de estas prácticas (¿cuáles son ahora los límites de un género como el fanzine?), del mismo modo que ocurre con su utilidad y uso. ¿Es la autoedición un reducto punk, un subterfugio de creación? Sí y no, porque propuestas hay para todo. Pero lo que sí es cierto, y esto es quizá una novedad, es que en su mayoría son prácticas a menudo ligadas a un sentimiento de nostalgia que, curiosamente, es el que determina el ámbito de credibilidad de estas propuestas, crucial en esta época.
Así lo ha explicado Eloy Fernández Porta, quien apunta un viraje en las formas actuales de creación contemporánea, donde “el estilo es un código sentimental […] una posición ética y estética que se integra en la reevaluación del low tech como estilo de la Verdad” (Fernández Porta). El modo, en definitiva, en que la autoedición le gana hoy el pulso a su propia época.  
 
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1. Fernández Porta, Eloy (2012), Emociónese así. Anagrama, Barcelona.