12.10.12

[27] Espacio (y tiempos) de escritura

También en Siglo XXI, Tiempo de Vicente Luis Mora

4/ Transitar y leer los espacios

Teniendo en cuenta la trayectoria creativa de Vicente Luis Mora (Córdoba, 1970), podría decirse que uno de los rasgos más apreciables de su escritura consiste en haber adoptado como auto-exigencia la misma singularidad y compromiso estético que habría demandado en otros autores, ya fuera en calidad de lector, teórico o crítico literario. A este respecto, en su obra destaca un claro interés por pergeñar nuevos espacios constructivos, pero esto sin perder el contacto con la tradición, atisbando formas renovadas de escritura mediante la reflexión en torno a formatos, géneros y estructuras ya existentes. Quizá por ello, en sus obras conviven elementos adscritos a lo que puede entenderse como una genealogía cultural singular y propia, situada entre la tradición y distintas formas de vanguardia, que en su conjunción supone un paso inevitable a la hora de investigar, mediante la creación, las condiciones actuales de escritura. 

Un claro ejemplo de esto mismo podría encontrarse en Tiempo, cuya localización temática descansa sobre la insostenible oposición de dos categorías como las de “espacio” y “tiempo”, en relación a su tratamiento y asimilación en el territorio de la escritura literaria. Como enclave epistemológico de herencia reciente, esta tesitura habría propiciado no pocos cambios estéticos y perceptivos, puesto que su injerencia también situaría a los autores en una posición distinta respecto al acto mismo de creación. Sin embargo, en estos momentos también interesaría considerar la complejidad que soportan ambas categorías, dados los cambios ocurridos en una época como ésta, así como su influencia en la consideración de un espacio y otro (ya sea por el desarrollo de la tecnología, la mutación sociocultural o la consiguiente emergencia de experiencias diferentes de temporalidad y espacialidad unidas a ello). Como apunta el propio Vicente Luis Mora en un ensayo reciente, lo relevante ante estas cuestiones es el matiz que incorpora una coyuntura social de este tipo, puesto que las circunstancias sociológicas que rodean a los autores contemporáneos no tendrían ya que ver con las que protagonizaron épocas anteriores, por mucho que la preocupación por este tipo de cuestiones haya sido constante a lo largo de la tradición literaria y artística. 

En este sentido, han cambiado las circunstancias históricas, pero también los contextos culturales y sociales, lo cual supone un giro perceptivo difícil de eludir, al menos en términos creativos. Así podría contemplarse en esta obra, donde puede percibirse un claro interés por la forma en que dichas categorías pueden incorporarse a la experiencia de escritura, en este caso poética, explorando las nociones de espacialidad y duración, en tanto valor semántico y dimensión discursiva susceptible de revisión y reconstrucción. 

De este modo, aunque en Tiempo puede intuirse una posible reafirmación de aquella vieja dicotomía, dado el título de la obra, en realidad sucedería todo lo contrario, si se piensa que el discurso se despeja en todo momento como el resultado de una reflexión sobre el espacio, pero mediante una interrogación al tiempo. Es así como parecen unificarse los criterios de percepción que operan en esta obra, cuyo discurso puede resultar muy próximo al que ya mostraron dos obras claves en la trayectoria poética del autor, aunque por diferentes motivos. Éstas serían la obra Construcción (Pre-Textos, 2005), del mismo Vicente Luis Mora, más Un Coup de Dés (1897) de Stéphane Mallarmé, como textos en los que pueden encontrarse direcciones comunes de interés y que, por lo mismo, plantean la posibilidad de apreciar Tiempo como un correlato de aquellos dos textos, a pesar del claro contrapunto que establece respecto a ellos. 

Como cabe suponer, a esta conclusión se accede mediante el seguimiento estructural de la obra, puesto que los presupuestos de construcción resultarían similares desde un punto de vista formal, pese a no ser los mismos. Mientras en Construcción se llevaba a cabo una mostración espacial del texto, por la conjunción de distintos fragmentos textuales, en Tiempo se desarrolla una poética del espacio, como reflexión espacial acometida desde la categoría que da nombre a la obra, y que lleva a considerar y gestionar el espacio según su significación; esto es, asumiéndolo como intersticio poético y lugar de tránsito necesario para la lectura. Así, aunque la idea aparece abordara en ambos textos, sería en Tiempo donde parece resolverse de forma más concreta y explícita, al explorar en sentido estricto la equivalencia entre los espacios en blanco y la palabra. Dicho de otra forma, si Construcción planteaba la escritura como un “arte de dejar espacios” (Mora, 2005: 55), en Tiempo, según el planteamiento estructural del discurso, ya no se operaría a partir de fragmentos textuales, sino a partir de la gestión intersticial de los espacios en blanco. 

La clave de esta diferencia, que resulta sustancial en cuanto al contrapunto que establece entre un modelo y otro de creación, descansa en el carácter de los espacios en blanco; no por el intervalo que suponen, sino por la significación de los mismos, esto es, por la necesidad que se prevé en el texto de transitar y leer esos espacios del mismo modo que se transitan y se leen las palabras escritas. Lo que se plantea, entonces, es el acceso a una sensación de vivacidad en la escritura, que podría visualizarse a través del símil de la imagen de un vacío, como una grieta, en estado de apertura. Por lo mismo, en esta obra se aprecia un ejercicio de recuperación del espacio hecho página, pero también una recuperación de la página en tanto espacio. En este sentido, no parece que importen tanto las divisiones poéticas como la sucesión textual entre unos espacios y otros, aquellos en blanco, en los que además se encuentra instalado buena parte del ritmo de la obra (que es tiempo y espacio), visible formalmente en el texto como pauta de escritura. 

Por otro lado, y como ya se ha dicho, este aspecto llevaría a vincular este discurso con la línea ya iniciada y propuesta por Mallarmé en Un Coup de Dés, si bien en este caso ampliando el horizonte de intensión textual, justamente a través de la superación de la idea de fragmento. De este modo, cuando a partir de Mallarmé se volvía factible un primer giro hacia lo visual en relación a la textualidad de la página (lo que en la actualidad se ha revisado en términos de diseño y configuración textual), Vicente Luis Mora habría elegido alcanzar un nivel diferente respecto a la proyección de esa tendencia, presentando un  tratamiento de las páginas que haría de las mismas un espacio no sólo para ser leído, sino también para ser visto y recorrido como unidad.

Tanto sería así, que Tiempo funciona como la presentación de una entidad espaciotemporal, como duración y espacialidad discursiva, que tiene lugar al asumir el discurso como un ciclo de expresión que se abre, se cierra y se pliega sobre sí mismo.

En tu mano izquierda,
lector,
un tomo cada vez más grueso
de páginas:
es el tiempo (Mora, 76).


Es así como se procede al cierre de un espacio concreto de tiempo, pero también (por el paso de las hojas) del espacio físico del libro, que a su vez supone el cierre de un proceso de lectura. Se trata, por tanto, de una imagen o trayecto cíclico que le sirve al autor para ilustrar el paso de lo conceptual a lo fisiológico a través del texto, superando de este modo el arquetipo mallarmiano a partir de una experiencia de lectura y de escritura basada en formas distintas de duración, convertida de este modo en acto concreto. Es ahí donde puede atisbarse el tributo que Tiempo rinde a la valiosa herencia de Mallarmé, aunque en realidad se esté mostrando un tipo de textualidad visual que ya no funciona como complemento del discurso, sino como materia estructural del mismo.

Así lo confirman los insertos de imágenes que se encuentran en la obra, y que aparecen igualados a la palabra, como ya se dijo que ocurría con los espacios en blanco, explorados en calidad de constructo y medio poético. Lo que se percibe, entonces, es una visión distinta de la idea de negación (vacío / desierto / hoja en blanco), ahora entendida como espacio pleno.

Esta sería la metáfora vital que se explora en el discurso, sobre todo cuando asume la vida como unidad aún por realizar (aquello que resta todavía) y, por tanto, como posibilidad y punto del que partir. Que en esta obra se igualen espacios como los de “libro”, “desierto” y “vida” se debe principalmente a que todos ellos son percibidos como entidades construidas a partir de intersticios y espacios de apertura, pero sobre todo como proyectos vitales puestos entre paréntesis.

Por esa imbricación total de espacio y tiempo cobra especial relevancia el sentido de contingencia que se adquiere ante la contemplación del desierto (White Sands, en este caso), que es prueba de lo inhóspito natural, sobre todo por la muestra de fungibilidad vital y deterioro, que lleva a contemplar la propia finitud. Como cabe suponer, es ahí donde surge la emoción que se desprende (articulada) de estas páginas, si se considera que la vinculación entre vida y desierto permite, aunque sea bajo fórmula literaria, poner la vida entre las cuerdas y, con ello, desarrollar el relato de una experiencia vital traducida mediante el proceso de escritura (y lectura) de la obra, también como acto en sí mismo tempo-espacial.

Por todo ello, Tiempo puede apreciarse como un ejercicio de excoriación, que pasa asimismo por la revisión y la reactivación del espacio (y los tiempos) de escritura. Pues serían los dos pasos inevitables para salvar el éxito insólito que se intuye al cierre de la obra, como es salir ileso de la contemplación de eso inhóspito natural, también vital, obteniendo de ello una experiencia de plenitud.

Se llama desierto.
Me saca el resto
al exterior
y quedo hueco,
feliz  (Mora, 25).



[26] Una óptica diferente, movible

Parte de mi colaboración, junto a Javier García Rodríguez, para la Revista Siglo XXI de Literatura y Cultura Españolas

Entre la postmodernidad y la postpoesía: 9 libros del 2009
Reproducto el apartado 3/ El año que vivimos postpoéticamente

Como se sabe, pese a lo que parecen indicar las cifras de venta editorial, la actividad filosófica en el ámbito nacional resulta una práctica minoritaria, aunque creciente, tal y como habría quedado reflejado en los últimos años a partir de las publicaciones de autores como Vicente Luis Mora, Eloy Fernández Porta, Jorge Carrión, Agustín Fernández Mallo o Jorge Fernández Gonzalo. Una serie de autores cuyas propuestas habrían dado lugar a un espacio renovado de discusión pero, sobre todo, cobertura a una amplia variedad de temas, materias, sujetos y objetos de cultura, que por lo general habían sido situados más allá de lo institucionalmente aceptado.

Sin embargo, esto respondería a un síntoma inaugurado con el cambio de siglo, que habría constatado la dificultad de operar bajo una sola idea de cultura y que, por lo mismo, haría necesario considerar cualquier aspecto del presente, asumiendo para ello la complejidad que conlleva un intervalo histórico como este. Sobre todo porque habría dejado de tener sentido (si lo tuvo en algún momento) emplazarse en disquisiciones teóricas o filosóficas generadas al margen de circunstancias como el estatuto de lo pop y la contracultura, de prácticas como la apropiación, el sampler o el uso de la red, los efectos sociales que ello conlleva, más todos los fenómenos derivados de lo que en la actualidad puede entenderse como tal. Formas que, hasta cierto punto, aportan garantías a la hora de aprehender con interés integrador y flexible las cualidades de una determinada sociedad en un momento concreto de la misma.

De este modo, también los límites de un género como el ensayo, menos abierto a la experimentación formal y discursiva, se habrían visto desplazados e intervenidos en términos creativos (aunque en mayor o menor grado según los autores), como parte de un proyecto de innovación que resulta de afrontar la investigación desde su dimensión creativa. El ensayo se presenta en este punto como un lugar de intervención estética, filosófica y creativa, pero sobre todo como un registro discursivo abierto a la renovación de su arquetipo tradicional. Esto es, un cambio en la escritura de ensayo que ya se habría anticipado años antes, pero que acabaría por instaurarse como línea solvente de producción de pensamiento hacia la segunda mitad de la primera década de este siglo. Puede pensarse, por ejemplo, en la aparición de un texto como Homo sampler (2008) de Eloy Fernández Porta, pero también en una obra como Postpoesía (2009) de Agustín Fernández Mallo, en tanto paradigmas de un cambio cualitativo a estos efectos, que aún se mantiene vigente.

Por otro lado, la recepción de estos textos no suele resultar sencilla, pero no por la dificultad o la complejidad de los mismos, sino en concreto por el salto cualitativo que ponen de manifiesto, que representa las circunstancias de un viraje estético amplio y significativo, por estructural. Un buen ejemplo de esta situación podría encontrarse en Postpoesía, si se piensa que su propia naturaleza fue lo que condicionó la recepción del discurso, aunque la polémica suscitada en torno a esa obra se debiera principalmente al carácter de algunos de los contenidos, que cuestionaban planteamientos y direcciones de interés asociados a la institución teórica y crítica española en relación a la escritura contemporánea nacional. No obstante, puede decirse que la mayoría de estas reacciones se debió a un error de apreciación en la lectura de la obra, que fue asumida como un ensayo en sentido estricto y no como un discurso también abierto a la escritura creativa. El problema, por tanto, radica en el interés, como vicio contemporáneo, por establecer etiquetas, estilos y categorías de pensamiento estancos en torno a obras que parecen situarse en los límites de esos mismos términos, aunque puedan ser tratadas como tal.

De hecho, y quizá para salvar este tipo de lecturas, en la obra se incluyen avisos y aclaraciones en esta dirección, dados los desplazamientos formales y estilísticos que se habrían incorporado al texto. Así lo indica el autor al comienzo de Postpoesía, cuando presenta su discurso como un texto alejado de la idea tradicional de ensayo, propia del viejo estilo, en tanto ejercicio que también puede ser creativo y frente al que resulta necesario adoptar otro tipo de postura. No obstante, este aspecto era habitual en otras obras del autor, donde además había resultado menos problemático, quizá por tratarse de contextos en los que la mixtura de discursos se recibe como algo dado por supuesto. Por eso es llamativo que estas reacciones tuvieran lugar en relación a Postpoesía y no cuando el autor operaba en otro tipo de contextos, por ejemplo, introduciendo teoría en la narración, o en distintas publicaciones de su blog; siendo quizá por una cuestión de predominancia. Hay que pensar, por otro lado, que buena parte de los contenidos de esta obra habían sido ya publicados en artíhambres, notas y apéndice de reediciones, por lo que no era algo relativo al contenido (o no únicamente), sino dirigido hacia el formato en el que se encontraba resuelto.

En este sentido, Postpoesía no es solamente un ensayo, pero tampoco una poética en el sentido estricto del término, sino la mostración de una particular actitud hacia el acto de creación y, cabe pensar, el diagnóstico de un cambio de sensibilidad estética, que no es exclusivo del autor, aunque aparezca muy ligado a algunas de sus publicaciones. De este modo, lo que se propone en Postpoesía es el regreso de la escritura a la actualidad, lo que puede parecer una boutade, pero no lo es, más la constatación de la pérdida de exclusividad de la palabra en el territorio de la creación literaria, y esto como consecuencia de lo anterior. Así lo pondrían de manifiesto las referencias incorporadas a la obra, que remiten a la ciencia y la tecnología (susceptibles de ser revisadas en términos poéticos), al cine, la arquitectura y el arte contemporáneo, o a partir de los distintos objetos de consumo que se contemplan, ahora como espacios a través de los cuales se podría llegar a resolver la tesitura translingüística (Bajtín) de la naturaleza poética.

Como sustrato discursivo, pero también teórico, Agustín Fernández Mallo alude a autores como Borges, Wittgenstein o Richard Rorty, de quienes habría asumido el “imperativo” pragmático como elemento y sustrato teórico en la escritura y, por tanto, también en Postpoesía. Según esto, todo sería susceptible de ser considerado objeto estético, material utilizable y poético en el territorio de la creación literaria; por lo que el autor estaría recuperando, a través de su discurso, la noción de una cultura del uso, asimilada como forma de artesanía (pero artesanía actualizada), así como la posibilidad de reactivar un concepto como el de “residuo” en relación a todo aquello que pasa a poder traducirse y reciclarse en otra cosa. Bajo estas consideraciones emergen ideas como las del DIY, la apropiación de formas o la reactivación de objetos obsolescentes, la sinergia de materiales, lenguajes y formatos de distinta naturaleza, así como la exploración de todo aquello que ya existe, pero desde una óptica diferente, movible. 
 
La poesía postpoética se presenta como un «método sin método», no como una doctrina. Más que de una nueva forma de escribir, se trata de poner en diálogo todos los elementos en juego, no sólo de la tradición poética sino de todo aquello a lo que alcanzan las sociedades desarrolladas […] En la poesía postpoética el creador es un artesano y al mismo tiempo un crítico (Fernández Mallo, Postpoesía 37).

Estas serían algunas de las coordenadas creativas que permiten apreciar la actitud de Agustín Fernández Mallo como creador, pero sobre todo el tipo de relación que establece con su entorno y los objetos próximos a él, incluyendo en este punto las distintas herencias y tradiciones culturales, respecto a las que se sitúa con neutralidad y asepsia (esto en la medida de lo posible), teniendo en cuenta la total disponibilidad de las mismas. Cabe pensar, por tanto, que de estos aspectos deriva la sinergia argumentativa y constructiva que opera en esta obra, del mismo modo que ocurre en el resto de sus publicaciones, a propósito de los distintos materiales que suele incorporar en ellas, pero no como anécdota, cruce de referencias o apósito explicativo, sino en calidad de textualidad igualmente legible. No obstante, esto es algo que guarda estrecha relación con su propia genealogía estética, intervenida por la herencia icónica del cine y los relatos audiovisuales, la publicidad o el diseño, así como por la propia incidencia de los recursos tecno-científicos y los efectos sociales que estarían ocasionando, como factores que condicionarían sus circunstancias de escritura.

Dicho con otras palabras, sería de este modo como el autor soluciona la tensión habitual entre forma y contenido en la escritura literaria, ahora como resultado de la mutación de los espacios de subjetivación estética y, por lo mismo, como consecuencia de un sentimiento de época y un entorno social que quedarían definidos bajo estas coordenadas (aunque no solamente). Por todo ello, un término importante a este respecto sería el de “indeterminación”, que aparece revisado en Postpoesía bajo la noción de “extrarradio”, clave a su vez para entender la naturaleza del texto, pero también la dirección discursiva del mismo.

Si hay algo que comparten las disciplinas que realmente pueden denominarse contemporáneas, es la indefinición a la hora de identificarlas, nombrarlas, estructurarlas y catalogarlas. Esas zonas indefinidas es lo que comúnmente llamamos extrarradios. Un concepto fundamental y progenitor en la evolución de las artes (Fernández Mallo, Postpoesía 93).

Como puede verse, a través de esta noción se llegaría a una redefinición de ciertos términos relacionados con la escritura literaria, al tratarse de un proceso de interrogación e investigación estética dirigido hacia nociones como la idea de objeto o emoción poética, así como en relación a términos como novela y poesía, en cuanto arquetipos literarios ya establecidos y definidos bajo unas coordenadas muy concretas. Se trata, por tanto, de proponer (y a su vez constatar) un cambio o actualización estética similar al que habría tenido lugar en otras disciplinas, no necesariamente artísticas, a partir de la performatividad de sus distintos presupuestos.
Como ejemplo, el autor menciona casos como los de Duchamp en relación al objeto artístico, Tony Smith o Richard Long en cuanto al land art, así como el de la artista Ester Partegàs por su particular reactivación del concepto de “basura-urbana”, que también sería visible en algunos momentos en la obra del autor. A este respecto, si se tiene en cuenta el tratamiento que reciben estas cuestiones en la obra, parece que es así como puede identificarse la idea de “extrarradio”, que sería entendido en estas páginas como un lugar de indeterminación e intervención artística o, si se prefiere, como frontera estética destinada a la reflexión, la modulación y la actuación creativa.

Sin embargo, si se acepta este discurso en cuanto tal, sería pertinente considerar la distancia que media entre el momento en que el autor comenzó a desarrollar esta idea (porque supondría la constatación de una visión concreta de extrarradio) y el momento en el que se publicó Postpoesía, dado que dichos criterios habrían sido definidos y explorados en relación a otro tipo de coordenadas socioculturales y estéticas. Si esto es relevante, es porque buena parte de la producción última del autor permitiría establecer un claro contrapunto en relación a este discurso, aunque no como negación del mismo, si no por el hecho de responder e inscribirse en una circunstancia diferente de escritura. Dicho de otra forma, mediante la comparación entre la teoría y las prácticas más recientes podría atisbarse un cambio de apreciación en relación a la idea de extrarradio, puesto que lo que aquí se establece como tal se habría desplazado, en los últimos años, hacia espacios de normalidad o centralidad perceptiva, esto es, creativa y estética.

Hay que pensar que este texto apareció publicado por Anagrama, y que las últimas publicaciones del autor formaban ya parte del catálogo de Alfaguara. Un aspecto, que lejos de significar algún tipo de regresión estética, supone un indicio claro del cambio de percepción en relación a estas cuestiones, ya absorbidas por el mainstream editorial. En este sentido, en Postpoesía se habla de indeterminación estética, manufactura y procesos DIY, pragmatismo o cuestiones relacionadas con el canon y la legitimidad de estos procesos, pero en un año como 2009 (y dado el background que aportaban los años previos), estos factores habrían cambiado su estatuto, pasando a formar parte incluso de lo normativo, convirtiéndose en modelo de creación. Dicho de otra forma, habrían pasado a convertirse no sólo en procedimientos legítimos y legitimados socialmente, sino en estrategia de pensamiento y mecanismo habitual de creación, a pesar de las reticencias y suspicacias respecto a ello. Se trataba, por tanto, de otro lugar de consideración que, por lo mismo, variaba el carácter de este tipo de juicios, pero sobre todo, el carácter de ese objeto de reflexión.
Puede decirse, entonces, que con esta obra se constataba la solvencia de un tipo concreto de escritura, basado en la construcción de genealogías estéticas singulares como resultado de una condición estética inédita, definida justamente por ser esos procedimientos, y no por el uso o la recurrencia textual de los mismos. Así, si se subraya la relevancia de una obra como ésta se debe a que su discurso habría dado cobertura y solución teórica a aspectos rara vez abordados por la academia y la crítica literaria; pero sobre todo por haber abordado esa tesitura en términos de normalidad y no bajo el parámetro de la novedad o la posibilidad (futura) de constituir una línea creativa.

Antes al contrario, Postpoesía realiza una tarea doblemente compleja, como es la de presentar y explorar una noción como la de extrarradio, y a su vez colocarla entre paréntesis mediante la confrontación de ese discurso con la experiencia de cotidianidad que resulta de todo ello. En otras palabras, Agustín Fernández Mallo ha elaborado en esta obra una elipsis conceptual que no se reduce a los detalles textuales o los ejemplos, sino a la formulación en clave postpoética que emerge de esa sinergia. Es decir, la confirmación de esta escritura como mecanismo de creación de actualidad y medio para una literatura siglo21.