25.6.12

[25] Barra Americana


En la revista Cultvana, en su primera entrega, esta lectura de Barra Americana (DVD, 2011) de Javier García Rodríguez

La copio entera, trasladando solamente esta imagen, que es su título.

Como podía leerse en Mutatis mutandis (Eclipsados, 2009), «la idea es que cualquier texto contiene su propio instrumental de descripción […]» (García Rodríguez, 2009: 14). Un aspecto que, en Barra americana (DVD, 2011), plantea un claro problema de raíz hermenéutica y crítica, sobre todo en relación al planteamiento holístico del discurso, teniendo en cuenta la profusión de referentes y referencias, que hacen de la construcción final del texto una visión ampliada de lo que comúnmente se conoce como «tráfico de influencias». Al igual que en otros textos del autor, tampoco en esta obra resulta del todo fácil detectar un único modelo de escritura, si se piensa que en sus páginas conviven formas derivadas de distintos arquetipos y estilos literarios, que fluctúan entre el de novela de campo y la novela de campus, la crónica o el tratado académico (porque Barra americana es también un libro muy didáctico). Tanto sería así, que se trata de una forma de ambigüedad, de carácter tanto genérico como discursivo, que recorre de forma transversal toda la obra, a pesar de desmentirse en momentos puntuales de la misma. Así lo pone de manifiesto su propio índice, cuyos epígrafes anuncian la posibilidad de un libro de viajes cuando, en realidad, éste se diluye como libro de estilo y cuaderno de identidad (sea literaria, docente o creativa). Como ha afirmado Eloy Fernández Porta en diferentes ocasiones, «un estilo no es sólo un repertorio de modos y maneras; es sobre todo un dispositivo para expresar la subjetividad» (Fernández Porta, 2008: 256).

De este modo, los distintos relatos que componen esta obra adquieren una continuidad que, principalmente, se debe al hecho de responder y participar de un mismo pulso narrativo: la autoficción y, en consecuencia, su rentabilidad literaria a la hora de constatar un tipo de experiencia, abierta tanto a la ambigüedad como al amparo del artificio narrativo. Es así como el autor despliega una cartografía, no tanto geográfica como emocional, compuesta de instantes (e instantáneas) rememorados a la luz de aquellos territorios míticos y [u]tópicos de una América convertida en icono y trademark cultural. No obstante, es el extrañamiento de la voz narrativa, en concreto respecto a ciertos usos y costumbres made in USA, lo que le permite al lector situarse en un punto intermedio, aunque no neutro, respecto a la fascinación ante todo signo de «americanidad» y aquellos reductos del imaginario europeo de los 90, respecto a ello. Puede decirse, entonces, que la constatación de esta experiencia (la dimensión más próxima al ejercicio de la crónica en la obra) se mantiene en este caso a partir de la tensión entre lo que se muestra y lo que se distorsiona (porque, cómo escribir sobre América hoy), dando lugar a un recuerdo nostálgico y, en consecuencia, borroso, casi desgastado.

Por esta razón, la visión que prima a lo largo de la obra es la de un espectador consciente de los prejuicios tanto de naturaleza europea como, especialmente, española, a pesar de detenerse en los aspectos más folk de aquello que le rodea. El propósito, cabe suponer, podría ser el de avanzar hacia una imagen foránea de los estados (Iowa, Wisconsin…), tratando de subrayar su respectivas cualidades de forma irónica y controvertida, a veces, también fílmica. Esto explicaría que lo que se encuentra en Barra americana no sean solamente los clichés, sino aquello que resta más allá de las postales y las agencias de viajes: una experiencia americana que reporta el contacto territorial en condiciones inmejorables, una estancia académica, universitaria, mediante la cual se organizan las pautas (y, por tanto, los contenidos) de aquello que finalmente define el carácter de este texto.

Teniendo esto en cuenta, podría decirse que de ahí deriva la proximidad de esta obra con una narrativa de campo (y campus), así como con las distintas direcciones que el narrador aborda en relación a la escritura (creativa y de ficción), el ejercicio de la crítica, la teoría literaria o la experiencia docente, incluyendo las excursiones con fines culturales y los concursos de miss camiseta mojada. En todo caso, la nostalgia que emerge de estas páginas no se debe únicamente a estos agentes, sino a la proyección del narrador sobre ellos; tal y como lo pondría de manifiesto el intercambio de citas y reflexiones en calidad de notas a pie de página, las digresiones y la bibliografía (comentada). Son los recursos que, como se indica en un momento de la obra, permiten articular un tipo de relato posmoderno, pero no como tendencia de escritura, sino como paradigma disipado y laxo, aunque clásico.
Este relato va a estar lleno de notas a pie de página. De notas a pie de página, de citas y de referencias bibliográficas. Extravagancias de la escritura (pos)moderna. Libertades de la narrativa actual. Variedades de la hibridación genérica. Posibilidades de la ficción (el juego de la ficción produce monstruos). Apropiación del fragmentarismo contemporáneo.
— García Rodríguez, 2011: 117.
Si en Mutatis mutandis ya se intuía una tendencia a vincular distintas esferas de la actualidad literaria, a veces bajo giros irónicos, en Barra americana vendría a confirmarse la inclinación de Javier García Rodríguez a instalarse en esa misma brecha discursiva; es decir, en aquello que sirve de encuentro, pero también de separación, entre lo tradicional y lo post-literario. Puede pensarse que uno de los fines de esta estrategia es el de desmantelar, o mejor, subrayar, los motivos que en un momento concreto pueden llevar a recibir como novedosas ciertas formas de escritura que, en sentido estricto, no lo son tanto. Eso es algo hacia lo que se apunta cuando se pregunta, en un momento de la obra, si aún queda alguien por leer a David Foster Wallace. Una concesión que lleva a contrastar la retórica de la pregunta con la recepción heredada y actual del autor que es, curiosamente, la figura con más presencia poética, formal y expresiva en la obra. Más aún, la clave de un legado cultural ampliamente desarrollado en la trayectoria de este autor, sea o no narrativa, que no duda en reconocer los márgenes de esa deuda, bajo un tipo de fascinación que tiene mucho de re-conocimiento y apropiación.

No por otra razón, es David Foster Wallace quien constituye una de las principales referencias para la construcción y arquitectura de la obra, tal y como se aprecia en el relato El día que conocí a David Foster Wallace (Respuesta al “Acertijo Pop 9″). Un texto convertido en homenaje, pero también en un lúcido tratado de escritura posmoderna. Es de esta forma como Javier García Rodríguez establece un diálogo entre una y otra poética (en concreto, con Entrevistas breves con hombres repulsivos) y, a su vez, una revisión de la actualidad docente, crítica y teórica nacional, susceptible de verse sorprendida ante realizaciones, usos y recursos literarios de tradición considerable. Por ejemplo, la cuestión relacionada con la trama, la ausencia o no de argumento, y lo que ello supone para la recepción favorable o negativa de una obra; la inclusión de referencias y notas a pie de página como material idóneo para la narración; la apropiación, el uso del fragmento o el tipo de relación que hoy puede establecerse con la propia tradición.
Lo esencial en este texto, como puede intuirse, es una inyección de teoría, crítica y creación unida a las referencias e indicaciones bibliográficas (abundantes, pero relativas a distintas épocas de la historia literaria), que son algo más que relaciones de lecturas: la expresión de un conocimiento literario, que hace de Barra americana un relato híbrido capaz de desdoblarse entre la sociología y la temática autoficcional.

Por eso es importante detenerse en el tipo de emoción que se declina en cada relato, ya que su articulación es la que permite acceder finalmente a la génesis de este texto, más allá de sus epígrafes. Como recordaba Baudrillard hablando de nostalgia y otra América, «snapshots aren´t enough. We´d need the whole film of the trip in real time, including the unbearable heat and the music. We´d have to replay it all from end to end […]», pero: «not simply for pleasure of remembering» (Baudrillard, 1986). Puede pensarse que es en este punto donde el autor emplaza su discurso y, por consiguiente, que aquí radica la posibilidad de esa «distancia fecunda de la duda» (García Rodríguez, 2011: 17). Quizá por ello, el autor recurre a las citas literarias y autoriales, despejando un intercambio y confusión de papeles e intereses musicales, literarios, fílmicos e incluso teóricos; como es todo aquello que permitiría reconstruir el recuerdo de un pasado mitificado, pero mitificado no por el conocido «mito americano», sino por cómo éste habría afectado a esa experiencia.

Si David Foster Wallace se recibe como un claro way of living, la nómina restante de autores enmarca el género, el tono y hasta ciertos decorados, donde los personajes se convierten en atrezzo, en útiles narrativos. Así lo muestra el filtro proporcionado por los relatos de David Lodge, dirigidos a aquellas descripciones de la vida académica americana, incidiendo especialmente en los viajes, los encuentros y la erótica de campus; David Lynch o Julee Cruise, si se piensa en la recreación de ambientes entre fílmicos, hoteleros y musicales; o Jonathan Franzen, ahora de acuerdo a una sentimentalidad americana, que resulta anodina, pero al mismo tiempo singular: el retrato de una América que no es América, sino la proyección de aquello que uno reclama a través de la memoria, que es otra construcción.
Para cantar lo vivido, para cantar lo perdido. Para hablar de los lugares donde una vez vivimos o donde la casualidad nos condujo. Para recordar a quienes un día nos ofrecieron el calor de sus palabras, el afecto de sus despedidas y el recuerdo que se convierte hoy en memoria. Para todo ello querría yo escoger en esta soleada mañana una mezcla imposible de vidas, una amalgama utópica de estilos (el estilo, que es el hombre, ya se sabe), una aleación inesperada de nombres que nunca seré.
García Rodríguez, 2011: 33.
En relación a esto, no deja de ser llamativo que el autor cierre esta obra con una nota en la que declara la falta de filiación del texto con el relato de viajes, a pesar de los títulos geográficos y los estados. Por tanto, lo que uno se encuentra en Barra americana son individuos y experiencias o, si se prefiere, una identidad falsamente americana, que se diluye a través de citas, notas al pie y personajes que remiten, por lo general, a un mismo modo y uso verbal. Un aspecto que vendría a confirmar la brecha entre un tipo y otro de escritura, dado que son los relatos de viajes los que rescatan a un primer plano la cuestión de estilo (algunos textos fueron publicados previamente) y, en consecuencia, la transformación de una identidad que a su vez pasa por la transformación de la propia percepción de América. Un motivo al que uno se asoma a través de la experiencia, pero sobre todo de las lecturas, de los relatos que conforman la fotografía y postal que ilustra no sólo esa vivencia, sino su relación concreta con el pasado: la de un recuerdo (una escritura) puesto en conflicto entre el ser y el haber sido.
 
Bibliografía
Baudrillard, Jean. America. London: Verso, 1986a.
Fernández Porta, Eloy. Homo sampler. Barcelona: Anagrama, 2008.
García Rodríguez, Javier. Barra americana. Barcelona: DVD,  2011.
— Mutatis mutandis. Zaragoza: Eclipsados, 2009